El paraíso perdido dentro del jardín en María: la transformación de una virgen hacia lo sublime

05.12.2020

Por: Isabella Mojica Jurado 

La sensibilidad de María es una gran lógica
reguladora del mundo de la novela.
María planta y cuida un jardín vallado.

Carolina Alzate, 2007.

Hay diversas maneras de leer el mundo que se tiene alrededor. Los ojos de la persona que mira son la clave para que este ejercicio sea llevado a cabo con éxito, pues no hay nada que logre captar de mejor manera la existencia que las mismas ventanas del alma. Son aquellos los elementos más importantes a la hora de leer literatura, de sentirla, de poder captar todo lo que puede esconderse entre los renglones de una novela. Eso es lo que se puede encontrar en la obra de Jorge Isaacs, María. Esta imagen de la virgen sublime que se pasea por los campos de un virgen jardín, cuidándolos como la mismísima reencarnación de Perséfone, diosa de la naturaleza y, sin embargo, tan encarcelada en este, como si el jardín representara el Tártaro eterno, en el cual se puede enmarcar la presencia de María. Los ojos que la miran son los de Efraín, aquellos ojos ajenos que la contemplan desde una ventana, deleitándose con la delicadeza de una mujer que no sabe que está siendo observada por miles de almas más, que la leerán de manera distinta siempre. Así se verá a María esta vez: como la presencia de una diosa atrapada en el paraíso perdido que ella misma creó.

Nunca se habla del nombre de la hacienda en la que vive María, jamás se nos brinda nada que nos la lleve a llamarla como "hacienda El Paraíso" más que una simple mención de Efraín, en la que le afirma al lector que "traté de hacer un paraíso de la casa paterna" (pág. 80), sin saber que el paraíso del que tanto hablaba y anhelada hacer ya se encontraba ahí y, para su desgracia o dicha, no lo había hecho él. Efraín no era el dios constructor de la familia, él no tenía derecho alguno a gobernar la naturaleza que les servía de hogar, pues no poseía la fertilidad de una mujer. Esa falta de útero es la que lo llevó a fracasar en su intento de hacer un paraíso, pues no le correspondía vivir en uno. No hay nada que hacer, y no hay nada que él pueda hacer, pues esa tierra querida se encontraba invisible a sus ojos, que tantas veces vieron la creación de un mundo alterno al suyo, un mundo que no podía recibirlo por la impureza de sus deseos egoístas. La naturaleza y la belleza verdadera de este sólo se le presentaba cuando María intervenía y, con su tacto y cuidado, la hacía relucir.

El jardín es el paraíso perdido en el que se pasea María como su dueña, pues ella lo conoce con la perfección absoluta de una madre cuidadora. Ella ha estado cultivando las flores para ofrecérselas a Efraín, ya que su imagen de virgen le impide darle hijos, María, de manera inconsciente, busca otra manera de ofrecerle sus atributos de mujer fértil. Es por eso que dentro de toda esta situación nos encontramos con el delimitante del jardín, que es la escapatoria y el purgatorio de María, debido a que depende de eso para mostrar su necesidad de cuidar a algo -o a alguien- y dejar plena consciencia de su paso por el mundo. Las flores no crecerían de la misma manera si María no está, pues ella, como fue dicho previamente, es la diosa madre de ese paraíso, de la hacienda El Paraíso, aunque escondida, es la que le ha dado el nombre a la edificación. Por lo tanto, María camina dentro del jardín con calma, a través de los ojos lectores y atentos de Efraín, podemos divisar "a María en una de las calles del jardín" (pág. 56), ella va descalza, sin pudor, siendo libre en el mundo que ella misma dio a luz, siendo aun así una virgen, es ella la que más vida pudo formar en la hacienda.

Es por eso que tomamos el ejemplo de los ojos lectores de Efraín para hablar de María, para poder distinguir el peso de este personaje en toda la novela. Para demostrar esto, hay que tener en cuenta las palabras de Carolina Alzate en su capítulo La metáfora orientalista. Efraín y el abismo del jardín. Alzate nos dice que "la amada hace para Efraín comprensible el mundo de la naturaleza y de sus "naturales"; los amantes comparten una misma sensibilidad, y en María, Efraín la palpa y la confirma" (pág. 5). Así podemos ver que la conexión que tiene Efraín con ese paraíso es María. Ella es la que le puede mostrar la belleza de la naturaleza, del otro lado de un mundo por completo desconocido para él. María está en todas partes para Efraín, pues ella se ha vuelto parte del paisaje que tiene a su alrededor.

Para los ojos lectores de Efraín, María se ha transformado en la naturaleza que tiene a su disposición, la respiración de María son los mismos perfumes de las flores y la presencia de la mujer se fortalece en los arbustos que rodean el jardín. De esta manera tenemos esta imagen cada vez más potente en la que los dos amantes usan al jardín como elemento importante y representativo del misterio que vela su amor, ya que ahí se tomaban "la libertad de pasear algunas veces solos" (pág. 273). La mejor manera de consagrar el jardín como espacio y creación de María es ese acercamiento romántico que nunca se llega a dar ahí, pues, así como su cuidadora, este es un jardín virgen, nacido de la respiración y la piel de María, que regala sus flores hacia Efraín como un acto de amor puro. Aquí es donde se puede encontrar la cúspide máxima de la deidad atrapada en su propio castillo, debido a que esa es la condición que hay para que todo fluya: que todo ha de mantenerse tal y como está.

El momento en el que podemos apreciar el poder que tiene María sobre el jardín es durante una de sus conversaciones con Efraín, pues ella le pregunta si ve un rosal que está cerca de ellos, y le advierte que si la olvida este no florecerá, pero que, si este sigue siendo tal y como es, ese rosal dará las más lindas rosas, además ella agrega que "se las tengo prometidas a la Virgen con tal que me haga conocer por él si eres bueno siempre" (pag. 274). En este punto se puede ver cómo María se ha convertido entonces en aquella que protege la naturaleza del jardín, la Perséfone dueña de un mundo propio que le obedece sus deseos, y cómo se encomienda a la Virgen, sabiendo que esta le cumplirá la promesa, pues María ha demostrado todo este tiempo ser pura y merecedora de este don. Así mismo, es este jardín el Tártaro de nuestra pobre Perséfone, pues vive cercada, atrapada en él. Este es un jardín que no tiene salida, que se hunde poco a poco en sí mismo y vuelve al paraíso perdido un sitio de captura.

¿Cómo más puede mutar este jardín tan certero e importante en la hacienda de El Paraíso de María? Esto se da, por supuesto, en la medida que el jardín además de ser un paraíso perdido también es la entrada al Hades de Efraín. Carolina Alzate lo define como un "abismo" y nos habla de la manera en la que este mismo parece moverse con los sucesos que le ocurren a Efraín, además de resaltar que "este abismo no se queda en el final: se proyecta desde allí sobre todo el cuerpo de la novela, se inserta, sin remedio, en el corazón de ese jardín que es la novela misma" (pág. 6). Pues este abismo, este paraíso, este jardín, es la valla que cierra el ciclo de la vida y la muerte que representa María.

La diosa Perséfone, María, aquella deidad cuidadora, recibe los regalos del jardín, de su jardín, incluso estando muerta. Ella es merecedora más que nadie en toda la hacienda de tener las mejores flores para ella misma, como el símbolo que la acompañaría por el resto de sus días, la última despedida, la caricia gentil del alma agradecida que te dice "estoy aquí", el jardín le dice adiós a María sin que ella se dé cuenta: "Frente al lecho de María se colocó en una mesa adornada con las más bellas flores del jardín" (pág. 359). El abismo se abre para Efraín, el paraíso perdido se cierra para María, ambos amantes se encuentran en el final de un precipicio, en el comienzo de un laberinto perfumado y virgen que en sus profundidades sólo oculta oscuridad.

No existe un diálogo más claro que el que nos da la naturaleza del jardín en la novela de Isaacs, es la metáfora perfecta para representar la dicotomía del mundo en el siglo XIX: tenemos a lo masculino y lo femenino, esa necesidad de transformarse en abismo y en útero fértil, de guardar en sí mismo lo salvaje y lo sumiso de ambos amantes. El trabajo hecho con este elemento está muy bien logrado, la figura de María se define en las flores que habitan en ese espacio terrenal que tanto le ayuda a mantenerse a flote en un mundo al cual no pertenece por completo. Es por eso que ella se siente tan cómoda cuando está dentro de esa valla, pues, como judía, sentía que no pertenecía del todo a la familia de Efraín. Su verdadero lugar estaba entre montenegros, mejoranas, claveles y lirios, estaba entre aquellas flores que le ayudaban a mantener cierta sensualidad con Efraín. María es el jardín en sí mismo, deja de ser una simple mujer para convertirse en los elementos de la naturaleza. María no es un concepto estático, no está basada solamente en la imagen delicada y débil de la mujer, sino todo lo contrario, María es aquel jardín de miles de caminos que contiene la magnificencia y sublimidad de la naturaleza y lo divino, y que, al mismo tiempo, puede convertir a un rosal hermoso en el comienzo de un abismo infinito que se arrastra a la oscuridad.


Bibliografía:

Alzate, Carolina. "La metáfora orientalista. Efraín y el abismo del jardín". Jorge Isaacs, el creador en todas sus facetas. Cali: Editorial Universidad del Valle, 2007. Impreso.

Isaacs, Jorge. María. Bogotá: Editorial Universidad del Valle, Editorial Universidad Externado de Colombia, 2005. Impreso.

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